Desde la inmensa oscuridad, me envías un guiño picaresco. Y yo, que te he observado tantas veces, anonadada, queriendo descubrir tus secretos más antiguos. Te devuelvo el gesto con un infantil suspiro y las ganas de volar hasta tus brazos, lánguidos y tibios, se tornan quejidos inaudibles en mi garganta.
Esperando siempre el sueño que no llega, pido encontrarte una vez más entre ellos. Tan sonriente y vivaz como la tarde en que mi adiós temprano, separó para siempre tu existencia de la mía. ¿Debí quedarme un poco más?... No sabía yo, pobre infeliz, que no habría otro atardecer, otro día, otras despedidas.
Hoy, desde mi eterna oscuridad, ya no espero el sueño, ni la luz de las estrellas o tu imposible presencia. Me sumerjo en mi tristeza con la certeza del pez que salta fuera del agua. Y aunque vuelva a buscar, desesperada, el guiño constante del universo. No hay para mi otra respuesta que el silencio, quien se apodera lentamente de mi alma.
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