… de otro, será de otro, como antes de mis
besos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido…
Neftalí.
_ ¿Ya no me amas?
_ No. Ya no te amo.
Lo miró fijamente, los ojos se
clavaban en los de él como dos cuchillos afilados. Él no podía entender su
rostro frío, no podía creer en aquella expresión ajena, no quería escuchar lo
inevitable _ No me ama, ya no me ama… El mar se apoderó de sus pupilas oscuras,
palabras en su garganta que parecían retorcerse como alacranes en celo. Apretó
los labios aguantando la pregunta que se precipitaba en la punta de su lengua
muda…
_ Vete, ya no te amo más.
Se levantó del banco con el peso
de los cielos a sus espaldas. Ella lo vio más viejo que antes. La frente marchita,
los labios pálidos y finos, los ojos incrédulos y desorbitados que escudriñaban
en el suelo húmedo algún rastro de lo que un día fue. Ella se cruzó de brazos,
él dio un paso más solo para volverse sobre sus talones y encararla por última
vez. Podían contarse los pasos entre los dos, pasos que parecieran leguas, kilómetros,
abismos. Ella se levantó como se levantara Napoleón en sus pequeños pies,
caminó hacia el rostro compungido y espetó:
_ Se acabó, tú lo mataste, tú_ Y
endureció aún más la mirada castaña.
No pudo, la lágrima infame se apresuró
en su mejilla y otra, y otra… Tembloroso hizo un ademán torpe y su gruesa
diestra intentó alcanzar la implacable y diminuta figura que se alzaba como
gigante de piedra. Pero fue en vano, ella retrocedió como lo hace el fuego ante
el agua que amenaza. Dio media vuelta y partió en silencio.
Ella lo observó alejarse como una
sombra en la penumbra de la tarde espesa. Y mientras se alejaba, como las
piedras en el desfiladero caían sus hombros. Los de él, los de ella. Se agarró
el pecho y se dobló de dolor. En una mueca descompuesta estalló, sin gritos,
sin lamentos, solo el llanto que a ríos se desbordó por sus mejillas y labios _
Ya no te amo, no te amo…
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