Y cansada de tanto andar me senté al borde de la acera mientras en mi espalda corría la sal del tiempo. No sé si fue hipoglucemia o deshidratación, pero por un momento contemplé mi pasado y presente, y comencé este monólogo sin fin y sin respuestas.
Pensé que si escuchaba más y hablaba menos sería más sabia. Hoy me doy cuenta que sigo creyendo las mismas historias de amor de los cuentos de hadas, que continúo llorando mis sueños perdidos, que nunca dejé de esperar la tarde para tomar aquella taza de café dulce amargo y ver como cae la ceniza de mi cigarrillo a mis pies exhaustos. La misma canción que ayer me hizo sonreír hoy me arrebata un suspiro y no sé como puedo leer aquel libro una y otra vez, sin que me deje de sorprender el final. Puedo contar anécdotas de mi juventud pero no puedo dejar de equivocarme en las mismas cosas.
Al final me pregunto de qué sirve peinar estas canas en mis sienes, que trato de disimular entre inútiles Loreales, si mis pies corren hacia los mismos abismos. Miro mi rostro endurecido por los años en el espejo y no me reconozco. Soy yo aquella que parece tan seria y sensata? Nadie puede entender lo que cuesta crecer sin dejar de ser niña. Sí, niña sin inocencia. Sé muy bien lo que me cuesta cada paso alocado que doy, pero aun asi, parezco caballo desbocado ante la más mínima posibilidad de encontrar el hilo rojo del destino. Son tantos los amores no correspondidos como aquellos que rechacé por miedo o necedad. La soledad y la melancolía son los únicos compañeros que descansan en mi almohada.
No me arrepiento ni me reprocho. No me niego ni me escondo. Creo que eso es lo único que denota un ápice de madurez. No me importa si me ves feo o si me rechazas por mi sinceridad desenfrenada. Vivo mi vida a mi manera gitana. Canto mis canciones al desamor y escribo mis poemas para mis perdidos. Si te deprimen mis palabras o te reflejan en mis frustraciones, solo espero puedas perdonarme, este no es uno de los domingos más alegres de mi vida.
Mañana es lunes, mañana comienza un nuevo ciclo. Mañana es otro dia para seguir corriendo tras el vestigio del hilo rojo del destino, de seguir tropezando y caer sin causa en los mismos abismos, de llorar con aquel final triste de aquel viejo libro, de quizá decir adiós a los desamores y encontrar a mis perdidos. Mañana me sentaré al borde de la acera a tomar aquel café dulce amargo y mi cigarrillo será consumido por la llamas de mi pasión anciana. Quizá mañana te escriba un poema que te haga sonreír y te motive a continuar. Hoy es domingo, mañana es otro día y yo, seguiré luchando por mis sueños perdidos.
Yury
Acerca de mí
Duele la palabra en la mano que no sueña con el verso. Duele aún sin saber que le hinca en lo más profundo de su prosa. Aquella mano que se niega a la pluma y al papel. Duélele tanto, que cuando se abre, de sus dedos brotan caricias al vacío.
domingo, 23 de octubre de 2016
martes, 20 de septiembre de 2016
En el umbral del miedo II
_ Chiquilla!
Grita y
corre hacia ella. Anda todo sudoroso y agitado, pero su rostro brilla con
increíble fulgor.
_ Chiquilla, mira
que te pones difícil. Dónde estabas?
_ Allá afuera. Por
qué no ha salido la luna?
_ Aun no oscurece
boba. Vamos, allá adentro te esperan.
_ No quiero! El
año pasado había una luna redondota y enigmáticamente hermosa. Recuerdas?
_ Cómo olvidarla_
Suspira en modo de reprobación, se agarra los hombros y levanta los ojos hacia
la diminuta figura que juega con sus rizos de ébano _ Bueno, está bien, aún
tenemos tiempo, dime una cosa, por qué eres tan linda?
Ella sonríe
picaresca. Da vuelta sobre la punta de los pies en un ángulo de 180 grados y
para sobre los talones con fuerza hasta quedar frente al joven que respira con
dificultad ante el sorpresivo giro de la pilluela. Un pequeño espiral cruza su
frente perezoso y ella resopla hasta hacerlo ceder hacia su cabellera
trigueña.
_ Como no soy
bonita... Nací coqueta _ E irrumpe en una amplia carcajada.
Él está atónito.
Las palabras se le quedaron atoradas en lo más profundo de su garganta. Intenta
decir algún piropo de los tan ensayados el día anterior, pero ahora se da
cuenta que practicó tantas horas en vano.
_ Me prestas tu
brazo. No quiero entrar sola, él seguro ya llegó _ Dice como un susurro, casi
una súplica.
_ El...
_ La luna está
molesta conmigo, pero no importa. Esta noche es mía, con o sin luna _
El aguanta la
respiración, mira al cielo lleno de nubes, tan oscuro que le duele el alma. El
nudo en la garganta preludia el silencio, extiende el brazo largo y blanco como
nieve, donde se apoya la mano pequeña y morena _ Vamos_ Al fin consigue. Y
salen los dos en paso disparejo pero acompasado como en la nota grave descansa
el agudo, como un vals que baila al ritmo de un danzón.
_ Esto hoy si no
quiere afinar. Estamos fritos! Luisi dame un Fa!
_ Que Fa ni que
cosa chico, no ves que ya ese Tres está bien así? Oye que te pones como te
pones.
_ Déjalo Lolo, ya
no lo mortifiques. Por fin, hoy si no hay claves que valga verdad? _ Replica
Luisi con cara de quien lo dijo y no lo quiere volver a repetir.
_ Ni claves ni
nada más. Este año es diferente, no la viste todavía? Mira la hora, seguro anda
por el baño.
_ Bueno, es mejor
que tenerla aquí diciendo cada tres minutos: Lolo, pipi! Con su cara de carnero
degollado. Anda Luisi viejo, Agarra el trasto ese y acaba de darme el dichoso
Fa!
_ Oye, no te metas
con mi Bajo, que gracias a él, ese aparato mesozoico tuyo funciona.
Todos irrumpen en
risas, menos el Tres, que se empeña en dar una nota que todavía no existe.
_ Bueno mi gente,
cantamos o no cantamos!
_ Ño! Te escapaste
mi hermano, de donde sacaste a la joya? Ya yo estaba preparando al Luisi para
que hiciera el estribillo y sin Claves! _ Para el Tres su afán.
_ Estaba en la
acera, allá afuera, tenía una deuda con la luna _ Sonríe sarcástico de medio
lado pero la sonrisa se le congela al toparse con los ojos centelleantes de
ella.
_ Ya iba a entrar,
cuando llegó éste con su lepe lepe. Por eso me demoré. Pero ya estoy lista,
cuántos números faltan Lolo?
_ Ese y otro más.
La ópera primero y luego nosotros, salen tú y Luisi con el Bajo, luego el resto.
_ Pero... No vamos
a estar todos ahí cuando se abra el telón?
_ Si serás...
mejor ni te digo. Claro chica, me refiero que sales tu con el estribillo y el
Bajo de fondo, luego rompemos nosotros. Ño, que me fundes vieja. Ya fuiste al
baño?
_ Por cierto, aun
no, me acompañas?
_ Tenía que preguntar... Anda vamos. Muchachos preparen, que esto es en menos
de lo que guiña un gato.
Él sonríe
nuevamente, pero esta vez deja escapar un haz de ternura en su mirada mientras
la ve alejarse de la mano de Lolo, con las piernas apretadas y los tacones
resonando en la madera, como en aquella película, como era que se llamaba?...
_ Hoy no quiero
que mires al público. No hay claves así que no te preocupes. Tú solo mira hacia
el final del teatro, bien hacia el final. Deja a la gente, no hagas caso. Preocúpate
por seguir la nota, del resto nos encargamos nosotros.
_ Tranquilo bobi,
aquel día estaba nerviosa. Hoy no, además, aquel vestido me apretaba mucho,
mira, hoy ando de mono pantalón. Ahora si puedo bailar a gusto. Y al final, eso
es lo que le gusta a la gente, no crees?
_ Bueno _ Suspira
_ Tú sabrás, ya eres grande _ Carraspea y al fin lo suelta _ No esperes a
que él venga, no va a venir, me lo dijo.
_ Hoy no he visto
la luna, las nubes no le han dado un diez _ Corre hacia la puerta del baño _ Ya
salgo, dos minutos si?
_ Ok, mueve, que
esto ya empieza.
El teatro está
inundado de gente, la voz de una joven hace eco en las paredes, el público
aplaude y alguno que otro chico da alaridos de bravo y silbidos discontinuos.
Se cierran las cortinas. El silencio en el umbral hace más incógnita la espera.
De repente se apagan las luces, todos murmuran, una luz blanca y opaca aparece
en medio del tabloncillo mientras las purpúreas cortinas se van abriendo
lentamente. El Bajo comienza en Fa, grave y pesaroso. Ella se para frente al
micrófono, mientras desliza la mirada fila por fila, desesperanzadamente baja
los ojos húmedos, pero al momento, respira hondo y los vuelve a levantar hacia
el punto ciego del fondo del teatro _ Uno, dos y... _ La voz le sale suave y
quejumbrosa, el público está atento, nadie mueve un ápice de cuerpo, luego viene
el Tres, las Trompetas, el Piano y al fin Lolo dice la palabra mágica _
Sonorama, candela mi gente! _ El púlpito estalla al unísono con el estribillo.
Ella mueve sus caderas de un lado al otro mientras lleva consigo las miradas y
el micrófono, Lolo va al ritmo de la rumba y el guaguancó mientras la toma por
la cintura y la hace girar varias veces, los rizos hacen espirales en el viento
y su corazón se enciende de formas antiguas e inesperadas. El mundo parece solo
pertenecer a ella por unos pequeños instantes. La luna está en sus grandes ojos
fieros que encuentran aquellos otros, detrás de la cortina roja, la alegría de
enero se refleja en sus labios y en su pelo brillan las estrellas; él la
observa desde el otro lado del palco, como quien ve nacer la aurora después de
muchas noches de invierno. La música para, pero la gente pide más, ella no
titubea un instante y prosigue con otro número; mientras los demás los acompañan,
van bajando los escalones, con toda la sangre del criollo hirviendo en sus
venas, les siguen al compás de la canción.
_ Viste Chiquilla,
no hacía falta ni luna ni claves, tu solita te mandas.
_ Si... pero no
tan solita... Gracias!
La medalla dorada
en el pecho, tiembla como una hoja en el viento, mientras ve la cabellera
ondulada partir por el corredor, la mano blanca en la cintura angosta, las
miradas sutiles y fervientes que se cruzan en un centenar de risas y palabras
no pronunciadas. Lolo, el Bajo y el tres se abrazan y levantan el trago a la
espesura de la noche.
_ No sirvió. No...
_ El humo de un cigarrillo cubre su rostro, sonríe con amargura _ Este año la
luna está más hermosa. No creen muchachitas?_ Las otras miran al cielo y la una a la otra interrogativamente, mientras él apenas susurra con voz ronca: _ Si... la luna está más hermosa que nunca.
sábado, 16 de abril de 2016
Huellas de sol
Baila
cual Venus apolillada, cantando la letra ilegible de una canción que solo ella
conoce. Se abalanza sobre los pasajeros que la esquivan con el cuerpo y la
mirada de asco y horror. Tiene los ojos perdidos y de su rostro cuelga una risa
escasa en dientes, estrepitosa, artificial. La musaraña en su cabello, escaso y
empastado de sudor, se eleva al cielo. Tal parece que es el cuerpo el que cubre
los harapos que mal la cubren, su cuerpo de huesos móviles atiborrados de
tiñas, herpes, quemaduras, heridas... su cuerpo, un libro viviente de
enfermedades dermatológicas diría el célebre profesor Roca Goderich.
El
conductor del ómnibus le ordena sentarse, la voz que escupe fuego indigna
aún más a las señoronas arrellanadas en sus asientos. Pero es solo música para
sus oídos, ella no escucha, en su mundo solo puede ver los árboles frondosos en
vez de asientos y personas, el piso de metal parece pasto verde que emana
aquel olor a tierra húmeda y a yerba recién pisada. Danza entre las
miradas hostiles que rechazan su hedor amoniacal, ella no lo percibe, sus nares
hace mucho que no distinguen entre la fetidez de la orina y el aroma de lirios
y azucenas. Conversa ahora, la plática incoherente le resulta excitante,
arregla una y otra vez sus desgarradas ropas, cual si fuera chal de seda sobre
su piel oscurecida y curtida por el sol.
Todos
la observan pero nadie la puede ver. Nadie nota la delicadez de sus gestos que
otrora hubiese engalanado sus manos trémulas y finas. ¿Alguien se percata de
los ojos grandes, llenos de dolor y desosiego? Ni la arruga en su entrecejo, de
noches de insomnio y llanto ablanda aquellos corazones duros e indiferentes a
su miseria y desgracia. Quien pudiera imaginar la penosa historia de Ana la
bella, hoy Ana la loca...
Tenía
15 años aquella mañana de mayo. Los quince años que envidiaría cualquier chica
de su edad. Su cabellera larga hasta las caderas de guitarra española se vestía
de noche oscura, mientras sus ojos índigos iluminaban cual tarde de verano.
Siempre desbordando sonrisas con aquellos dientes de nieve.
La
madre colaba el tan esperado café de la mañana, el padre terminaba de atar los
cordones de sus botas e inclinado en la butaca torcía un tabaquillo con sus
dedos hábiles y ásperos. Las hermanas menores regaban maíz a las gallinas y el
hermanito más pequeño probaba la tiradera que le había preparado el abuelo el
día anterior de una horqueta de guayaba y liga de recámara de camión. Ella
estaba sentada a la diestra del abuelo, que daba brillo a la empuñadura de
bronce del machete, algo desgastada de años de labor incesante en lo profundo
de la pequeña vega que les daba el sustento de cada día.
Todo
parecía transcurrir como de rutina, pero aquella mañana hacía más calor que de
costumbre. Eran apenas las seis, el gallo hacía rato que se había lanzado del
palo del cerezo. Ya el aroma del café inundaba todo el bohío, La madre se
acercaba con las jarritas del humeante prieto cuando se oyó un disparo_
¡Arriba! ¡Tó el mundo pá fuera!
El
padre se paró de un salto, la madre, las niñas y el hermanito se metieron a la
pequeña cocina y el abuelo la miró con ojos de súplica, entra, le dijo con voz
ronca y ella obedeció al instante, él blandió el machete en la mano derecha,
mientras el padre agarró la escopeta de perlen que estaba tras la puerta.
Salieron al frente de la pequeña casa de palma y guano, en el pasillo de piedras
estaban parados unos hombres vestidos de gris, con cascos hasta las cejas y
botas altas lustrosas, en sus manos estaban empuñados los fusiles y pistolas,
cinco de ellos a pie y otros tres detrás de la cerca de ataja negro. Era la
guardia rural.
_ Oye
guajiro, nojotro venemo por la plata que le debe al alcaide_ dijo el de
espuelas de bronce pulidas.
_
Bueno día señó_ respondió el anciano_ me parece que usté se equivocó, aquí en
este rancho no se le debe ná a nadie_ machete en la mano en forma amenazante.
_ El
viejo tiene razón, usté debe estar equivocado. Nojotro no le hemo pedío ná a
nadie y meno al señó alcaide_ masculló el padre con la vieja escopeta en la
siniestra y el tabaquillo sin encender en la derecha.
_
Mire guajiro_ dijo el prieto en el caballo bayo_ eh mejor que se té quietecito
y jaga caso. Dígale al viejo que guarde el machete y usté suelte la escopetica
esa que no mata ni una lagartija.
La
madre y las niñas se abrazaban al hermanito entre sollozos, Ana observaba todo
por la hendija de la ventana. El viento sopló y levantó el polvo hasta la
nariz, los ojos fríos de aquellos hombres lúgubres cruzaban miradas
amenazadoras con el anciano, mientras el padre empuñaba la escopeta con
fuerza... Ana solo alcanzó a escuchar los disparos, el grito de guerra del
abuelo se le clavó en el pecho como un puñal de acero y cuando logró salir
hasta el portal, entre la polvareda y el ruido de las pisadas de los caballos,
pudo ver como se llevaban arrastrándolos a los dos hombres que más amaba en su
corta vida. Lloró su dolor con rabia, arañó la tierra hasta hacer sangrar la
carne bajo sus uñas, gritó su pena a los cuatro caminos y golpeó sus rodillas
con los puños, golpeó y golpeó hasta quedar perdida en el silencio.
Dicen
los que conocen la historia, que ese día el café quedó lleno de moscas en la
mesa, la madre abrazó al pequeño que no entendía sus lágrimas. Ana salió de
casa con la esperanza de encontrar a su padre y al abuelo, o los cuerpos, o los
restos... Pero al caer la tarde, cuando el gallo se subía al palo del cerezo,
una cabellera negra se avizoraba en la guardarraya, el vestido blanco palidecía
debajo del barro y los pies descalzos vestían llagas por doquier. En la mano
derecha el machete del abuelo, con la empuñadura de bronce reluciente, la cabeza
baja y la mirada en el suelo.
Cuentan
que trabajó con la madre en la veguita hasta que cumplió los veinte años, para
ese entonces tenía la espalda ancha y musculosa y la piel de sol y las manos de
hierro. Una mañana besó a su madre en la frente, abrazó a su hermano y sus
hermanas y sin decir palabra, machete en mano y sombrero hasta la nariz, agarró
el camino real. Algunos especulan que se alzó en la Sierra, otros que sirvió en
la clandestinidad, lo cierto es que después de muchos años, Ana regresó al pueblo,
toda de verde, con botas lustrosas, boina hasta la frente que hacia saltar sus
ojos de cielo, sonrisa orgullosa y la mano derecha en la cintura, siempre
empuñando el cabo de bronce pulido. Procuró la vega, el bohío, el palo del
cerezo. El valle cubría todo, maleza y espinos encontró en lo que fue su hogar.
El chófer para
el bus, la estación está vacía, son pasadas las doce, está cansado, arrastra
los pies por el pasillo, no entiende como la gente puede dejar tanta
basura regada. Se va inclinando en un gran esfuerzo hasta recoger los pedazos
de papel, nylon, botellas… siente un hedor que viene del fondo del corredor,
hace una mueca de berrinche, se acerca a la figura que se acurruca en los dos
últimos asientos. La observa con recelo, la toca con un dedo sobre la espalda
ancha y huesuda. Ella se acurruca una vez más, tiene frío… él suspira
resignado, siente pena de aquel manojo de harapos, piensa que quizá no ha
siquiera comido, se le encoje el pecho, se quita el abrigo y la cubre, en tanto
la mira con los ojos del alma. Saca un billete del bolsillo y lo coloca en la
mano helada, un nudo le ata la garganta. Da la media vuelta y una palabra
escueta detiene su marcha:
_
¡Gracias!
La
voz suena más en su recuerdo que en su oído, una voz que viene de antaño y que
trae consigo el canto del sinsonte, el rocío en el cerezo, el vuelo de las
mariposas, el aroma del café… ¡del café!... de un tirón se vuelve y desde un
rostro de líneas de tiempo y huellas de sol sale el azul, el mismo azul que
brilla en el suyo, el azul del abuelo y del padre, el azul de esos ojos casi
sin luz. Ahora ve los rastros de noche en la cabellera de plata, la espalda
ancha que una vez musculosa lo llevó a cuestas tantas madrugadas, los labios
finos que guardaban los besos más dulces y el canto más tierno... Y las manos,
aquella mano que devuelve el billete, aquella otra que guarda la empuñadura
dorada. La abraza, ella no entiende. La noche viste de luto, en la estación las luces se apagan.
jueves, 25 de febrero de 2016
Final
… de otro, será de otro, como antes de mis
besos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido…
Neftalí.
_ ¿Ya no me amas?
_ No. Ya no te amo.
Lo miró fijamente, los ojos se
clavaban en los de él como dos cuchillos afilados. Él no podía entender su
rostro frío, no podía creer en aquella expresión ajena, no quería escuchar lo
inevitable _ No me ama, ya no me ama… El mar se apoderó de sus pupilas oscuras,
palabras en su garganta que parecían retorcerse como alacranes en celo. Apretó
los labios aguantando la pregunta que se precipitaba en la punta de su lengua
muda…
_ Vete, ya no te amo más.
Se levantó del banco con el peso
de los cielos a sus espaldas. Ella lo vio más viejo que antes. La frente marchita,
los labios pálidos y finos, los ojos incrédulos y desorbitados que escudriñaban
en el suelo húmedo algún rastro de lo que un día fue. Ella se cruzó de brazos,
él dio un paso más solo para volverse sobre sus talones y encararla por última
vez. Podían contarse los pasos entre los dos, pasos que parecieran leguas, kilómetros,
abismos. Ella se levantó como se levantara Napoleón en sus pequeños pies,
caminó hacia el rostro compungido y espetó:
_ Se acabó, tú lo mataste, tú_ Y
endureció aún más la mirada castaña.
No pudo, la lágrima infame se apresuró
en su mejilla y otra, y otra… Tembloroso hizo un ademán torpe y su gruesa
diestra intentó alcanzar la implacable y diminuta figura que se alzaba como
gigante de piedra. Pero fue en vano, ella retrocedió como lo hace el fuego ante
el agua que amenaza. Dio media vuelta y partió en silencio.
Ella lo observó alejarse como una
sombra en la penumbra de la tarde espesa. Y mientras se alejaba, como las
piedras en el desfiladero caían sus hombros. Los de él, los de ella. Se agarró
el pecho y se dobló de dolor. En una mueca descompuesta estalló, sin gritos,
sin lamentos, solo el llanto que a ríos se desbordó por sus mejillas y labios _
Ya no te amo, no te amo…
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