Duele la palabra en la mano que no sueña con el verso. Duele aún sin saber que le hinca en lo más profundo de su prosa. Aquella mano que se niega a la pluma y al papel. Duélele tanto, que cuando se abre, de sus dedos brotan caricias al vacío.

domingo, 4 de mayo de 2014

Insomnio

Es madrugada... como es usual no tengo sueño. La hoja en blanco pide a gritos la palabra escrita. Melendi trota en mi oído mientras mi mano derecha intenta mover el mause sin logro alguno. Estoy en blanco, estupefacta, perdida en el infinito del tiempo. Busco en una estrella tu rostro y solo me espera la nada al final del agujero negro. Si tan solo supiera que detrás de ese camino incierto, se encuentra otro universo, en el que somos felices. Casi te puedo ver... estás ahi tendido en el césped, mirando el azul del cielo, las nubes pasan, serenas y pálidas, el sol se esconde en tu cabello. Por qué duele tanto el amor, el pecho me estalla en mil emociones, quisiera ser solo números y algoritmos, con el solo pretexto de meterme en este email y descargarme en tu corazón.

Ya dan las tres y mis ojos estan perdidos en el espacio, hace frío. Miro por la ventana, un carro negro en la avenida, las luces al pasar, alumbran a un anciano, que va recogiendo los desechos del asfalto y lanzándolos al bote de basura que rueda tras de él. Enciendo un cigarro, el humo sale por mis labios, fino y blanco. Me abrazo, quizá para entrar en calor, quizá para no sentirme tan sola. Respiro y cierro los párpados. El silencio me despierta, añoro los días en que no me dejabas dormir con tus chácharas, no entiendo como después de tanto tiempo, no me encuentro en la cama sin tu pierna en mi espalda, sin tu nariz en mi cuello...

Tomo una ducha, el agua caliente corre por mi cuerpo, me alivia, me relaja... ya son tantos los días sin el roce de tus manos en mi piel. Suspiro y cierro la llave, envuelta en una toalla camino, descalza, por el cuarto, luego a la sala para terminar en el comedor. Abro el refrigerador, tomo una barra de chocolate y me la llevo al sofá. Allí me despeño sin remedio, un bocado en mi lengua del sabor inca me sabe amargo; por un momento siento tus labios en los míos, tu voz susurra algo a mi oído... no escucho, se oye muy lejos... tus brazos me rodean y tu aroma me embriaga, me sopesa. Descanso mi cabeza en tu pecho, el palpitar de tu corazón galopa junto al mío...

La mañana se adentra por el cristal de la ventana, el cielo se pinta de un rojo, que borra de a poco la oscuridad, tornándola gris y azul. La última estrella del amanecer se despide de mi, mientras yo estoy arrellenada en el sofá, abrazando el almohadón y mi rostro pinta una sonrisa... otro suspiro... tu nombre... y de pronto, suena el reloj.
                                                                                                                             Yury

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