Los poetas no entendemos de Política, aunque en ocasiones por la profundidad del debate y ante la sensualidad imbatible de nuestra eterna enamorada: La palabra; nos tornamos estandartes de la voluntad de los pueblos y eco de su voz impoluta.
Entonces, los poetas, temerosos de cruzar la delgada línea que separa nuestro mundo del de los políticos, nos retiramos a la sombra de la lectura, nos sentamos donde el pobre y el desvalido; para nunca olvidar el origen de nuestras penas y la dirección de nuestra lucha.
Así es como la poesía brilla con un resplandor extraño y único, encendiendo todas las almas que se arriesgan a beberla. Las duras, las infalibles y hasta las perdidas. Todas ellas se juntan para depurar el mal que aqueja a la Tierra.
El poeta, que no quiere entender de política, porque es traicionera y lavidinosa, prefiere defender su premisa de otra indulta manera. Retratando en verso la verdad de los pueblos, sembrando en su prosa la historia del universo. Para que nadie se atreva jamás a vendar los sueños. Para que nunca se empañen las palabras.
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