Duele la palabra en la mano que no sueña con el verso. Duele aún sin saber que le hinca en lo más profundo de su prosa. Aquella mano que se niega a la pluma y al papel. Duélele tanto, que cuando se abre, de sus dedos brotan caricias al vacío.

sábado, 17 de octubre de 2015

En el umbral del miedo

Desafino…
El Bajo suena aún más grave. Tomo aire, miro alrededor, solo nosotros y la tenue luz que crece en el horizonte prometiendo la madrugada. Mohína espero la señal, un… dos y rompe el llanto del Tres, los acordes acarician mi oído, apenas se me despegan los labios secos, levanto un poco más las colosales ondas de noche y… Nada.
_ ¡Mijita! ¡Hasta cuando Vieja! _ la mano en la cabeza rala y la arruga en la frente anuncia la fatalidad.
_ Ya Lolo, ya sé…_murmuro con el dedo pulgar prestes a entrar en mi boca y el crujido entre mis incisivos tiene sabor metálico.
_ ¿Qué te pasa hoy?
Resoplo y el azabache elíptico se niega a salir de mi nariz, lo enrollo en el dedo índice y lo deslizo detrás de la oreja derecha.
_ ¿Qué hora es? _ mascullo.
_ ¡Hora de que te aprendas la dichosa canción! ¡Deja la bobera, al final, de todos modos tienes que hacerlo! ¿O no?_  espeta el del Tres mientras se encorva hacia las cuerdas y yo no sé si habla conmigo o con el aparato_ ¡Esto así no sirvió! ¡No sirvió!
 El del Bajo se estira y escudriña el edificio de enfrente, la mirada se pierde hasta parar en aquella ventana, la única que se puede ver, suspira y casi solloza_ Aún no se ha dormido.
Lolo camina de un lado al otro, las claves me recuerdan aquella película de los sesenta en la que una muchacha va por la acera haciendo resonar sus tacones rojos y de repente la muchacha se detiene_  Ya sé, no bailes, no hace falta. De todos modos tú solo vas a hacer el estribillo. ¿Ves?
_ ¿Y las claves?_ El crucifijo retoza en el pecho veinteañero mientras todo el mar parece haberse recogido alrededor de aquellas pupilas.
_ Po… por eso mismo, mejor no bailo_ el lóbulo frontal pide a gritos que me calle y me muerdo el labio inferior.
_ Se ve que estabas dormido_ dice Lolo en una mueca_ ¡El estribillo y las claves y Sanseacabó!
El del Tres nos mira, sonríe y va a decir alguna cosa, pero Lolo le clava el ojo izquierdo y algo se le queda atorado en la garganta, carraspea y su espalda parece un arco ahora_ ¡Esto no sirvió! ¡No sirvió!
_ ¿Ya? ¡Menos mal!_ se separa de la ventana, recoge el Bajo y nos mira solo instante antes de dirigirse hasta la puerta_ Mañana es otro día caballero, mañana…
_ ¡Mañana es el día! ¡El estribillo y las claves!
_ ¡Si Lolo, el estribillo y las claves! Aunque… ¿Si no bailas, que gracia tiene?_  Me sonríe y el suelo no parece asegurar mis pies, Lolo se encoge de hombros y me frunce el ceño_ ¡Digo yo!_ repara en el vacío_  A la gente lo que le gusta es verla bailar_ la sonrisa desaparece mientras el labio superior se encarga de mojar su homólogo, creo que voy a vomitar.
Lolo me agarra por el brazo_ Mañana es otro día bobita._ Parece notar mi palidez _Vamos, que ahorita tenemos que irnos para la facultad, antes de la presentación ensayamos un poquito, todavía hay tiempo.
_ ¡Con amigos como ese…!_ la mano se extiende sobre la cabellera espesa y brillante.
Me dejo llevar, una mirada tímida se me escapa furtiva y el lado izquierdo parece haber sufrido una parálisis total, no responde mi respiración, solo la inercia y Lolo que me alejan del azul intenso en mi pupila errante.
_ ¡No sirvió!_ el Tres bajo el brazo, unas palmadas en la espalda musculosa mientras ladea hacia ambos lados el rostro cansado_  ¡Siempre es lo mismo, esto no quiere afinar!_ Se va arrastrando los pies_ ¡No sirvió hermano, no sirvió!
A mitad de la escalinata me detengo, miro a Lolo que va contando los escalones.
_ ¡Como si no supieras cuantos hay!_ Inquiero.
_ ¡Yo sé bien cuantos son y cuantos nunca van a ser!_ la voz me duele en mi silencio confuso_  ¡Ay peluíta, tan bonita! No sirvió mi hermanita… mañana no bailes, las claves y el estribillo. ¿Ok?

Hago pucheros, Lolo siempre me reprende. “Mañana vamos a ver qué pasa, mañana es otro día”… El estómago me da un vuelco y me sorprendo mordiendo mi labio inferior.

                                                                                                                           Yury   

jueves, 15 de enero de 2015

Soneto científico

La repulsión eléctrica entre los protones es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia (Ley de Coulombe). Por tanto, existe una fuerza mayor que actúa a corto alcance en los núcleos, manteniendo unidos a los nucleones (protones y neutrones). Tal es la interacción nuclear fuerte…


Soneto científico

El silencio y yo, yo en el silencio.
Es más fácil callar que emitir sonidos.
El silencio y tú, tú en el silencio.
Es más fácil ser simple que perder el sentido.

Yo soy del huracán el viento,
Tú eres ola en mares bravos.
Yo soy tilde en el esdrújulo acento.
Tu mayúscula de Arahuaco.

Tú neutrón, yo protón.
En constante algarabía.
Si atracción, repulsión.
Conteniendo la energía.

Si la fuerza en pensamientos
sale desde el corazón,
no hay distancia entre ambos núcleos
que impida esta interacción.

Magnetismo en diferencias.
Gravitando anda el amor.
La gramática y la ciencia
Compartiendo la opinión.

Dos Hidrógeno y un oxígeno,
de la vida el precursor.
Dos elementos, una molécula, tú, yo.

                                                                                                Yury

Oda a los ángeles de blanco.

¿Has escuchado la palabra saudade?... ¿Te gusta cómo se oye de mis labios? A mí me gusta, me enamore de ella la primera vez que la escuché. Tiene un no sé qué que te hace suspirar, como si el sentimiento fluyera en tu pecho como uno solo. Así la describen los brasileños, como un raudal de emociones que se juntan en el alma y hace que tu corazón se encoja, se ensanche, se quiebre, se alce y vuelva a palpitar. Hoy viene a mí la damisela soledad... así dice Silvio en, su tan mía, tonada, Melancolía.

Oda a los ángeles de blanco.

Colgaste en tu pecho llano
 los sueños de felicidad.
Dejando atrás tus senderos
 de azúcar, café y palmar.

Querubín que en vuelo blanco,
 cruzaste el mar.
A tu espalda tu familia,
 tu pasión, tu bienestar.

Bailando en son otros ritmos
 Mil canciones haz de cantar.
Otras lenguas que en principio
 Aprendiste a combinar.

Cambiaste ropas, costumbres,
Para tu alma homologar.
Fueron otros los sabores
 que encendieron tu paladar.

Hubo amigos que se fueron
 de este mundo y dónde más.
Hubo noches de tristeza
 y hubo días de soledad.

Tiempo al tiempo fue tu lema
 y en el pecho la humedad,
del romance que congelas,
 tu medalla más veraz.

Y si alguien que al mirarte
 piensa que eso es un pesar,
La proeza de lo hecho
 tu razón absolverá.

Porque el bien que trae tus manos
 tu alegría devolverá,
Cada segundo de ausencia,
 cada día sin hogar.

“Sonrisas para el amigo,
 para un ángel que llegó
Y trajo la vida consigo
 y también todo su amor.

Que cuando parte solo lleva
 rostros agradecidos

 y  pedazos de corazón.”  

                                                                                                     Yury

miércoles, 14 de enero de 2015

Montes de espuma

Tanto monte de espuma, tanto monte.
Tanta sal que se escurre por tu piel.
Buscas sin cesar aquello que te sobra,
Tonto pesar por lo que nunca fue.

A hurtadillas va el amor por tu ventana,
No lo ves, no está en ti el comprender,
que la mirada tierna del que ama,
se esconde del necio proceder.

Canta oh musa la cólera del pelida
¿Aquiles? O debiera llamarle fanfarrón.
Nunca ató una falda la violencia.
Ni el corazón herido perdonó.

El tiempo no para, el mundo no espera.
El futuro es ahora y el pasado se esfumó.
Tanto monte de espuma y tanto cielo.
Y tú, penando en la amargura del rencor.

                                                         Yury


martes, 13 de enero de 2015

Huellas de sol

 Baila cual Venus apolillada, cantando la letra ilegible de una canción que solo ella conoce. Se abalanza sobre los pasajeros que la esquivan con el cuerpo y la mirada de asco y horror. Tiene los ojos perdidos y de su rostro cuelga una risa escasa en dientes, estrepitosa, artificial. La musaraña en su cabello, escaso y empastado de sudor, se eleva al cielo. Tal parece que es el cuerpo el que cubre los harapos que mal la cubren, su cuerpo de huesos móviles atiborrados de tiñas, herpes, quemaduras, heridas... su cuerpo, un libro viviente de enfermedades dermatológicas diría el célebre profesor Roca Goderich. 
El conductor  del ómnibus le ordena sentarse, la voz que escupe fuego indigna aún más a las señoronas arrellanadas en sus asientos. Pero es solo música para sus oídos, ella no escucha, en su mundo solo puede ver los árboles frondosos en vez de asientos y personas, el piso de  metal parece pasto verde que emana aquel olor a tierra húmeda y a yerba recién pisada.  Danza entre las miradas hostiles que rechazan su hedor amoniacal, ella no lo percibe, sus nares hace mucho que no distinguen entre la fetidez de la orina y el aroma de lirios y azucenas. Conversa ahora, la plática incoherente le resulta excitante, arregla una y otra vez sus desgarradas ropas, cual si fuera chal de seda sobre su piel oscurecida y curtida por el sol. 
Todos la observan pero nadie la puede ver. Nadie nota la delicadez de sus gestos que otrora hubiese engalanado sus manos trémulas y finas. ¿Alguien se percata de los ojos grandes, llenos de dolor y desosiego? Ni la arruga en su entrecejo, de noches de insomnio y llanto ablanda aquellos corazones duros e indiferentes a su miseria y desgracia. Quien pudiera imaginar la penosa historia de Ana la bella, hoy Ana la loca...
Tenía 15 años aquella mañana de mayo. Los quince años que envidiaría cualquier chica de su edad. Su cabellera larga hasta las caderas de guitarra española se vestía de noche oscura, mientras sus ojos índigos iluminaban cual tarde de verano. Siempre desbordando sonrisas con aquellos dientes de nieve.
La madre colaba el tan esperado café de la mañana, el padre terminaba de atar los cordones de sus botas e inclinado en la butaca torcía un tabaquillo con sus dedos hábiles y ásperos. Las hermanas menores regaban maíz a las gallinas y el hermanito más pequeño probaba la tiradera que le había preparado el abuelo el día anterior de una horqueta de guayaba y liga de recámara de camión. Ella estaba sentada a la diestra del abuelo, que daba brillo a la empuñadura de bronce del machete, algo desgastada de años de labor incesante en lo profundo de la pequeña vega que les daba el sustento de cada día. 
Todo parecía transcurrir como de rutina, pero aquella mañana hacía más calor que de costumbre. Eran apenas las seis, el gallo hacía rato que se había lanzado del palo del cerezo. Ya el aroma del café inundaba todo el bohío, La madre se acercaba con las jarritas del humeante prieto cuando se oyó un disparo_ ¡Arriba! ¡Tó el mundo pá fuera!
El padre se paró de un salto, la madre, las niñas y el hermanito se metieron a la pequeña cocina y el abuelo la miró con ojos de súplica, entra, le dijo con voz ronca y ella obedeció al instante, él blandió el machete en la mano derecha, mientras el padre agarró la escopeta de perlen que estaba tras la puerta. Salieron al frente de la pequeña casa de palma y guano, en el pasillo de piedras estaban parados unos hombres vestidos de gris, con cascos hasta las cejas y botas altas lustrosas, en sus manos estaban empuñados los fusiles y pistolas, cinco de ellos a pie y otros tres detrás de la cerca de atajanegro. Era la guardia rural.
_ Oye guajiro, nojotro venemo por la plata que le debe al alcaide_ dijo el de espuelas de bronce pulidas.
_ Bueno dia señó_ respondió el anciano_ me parece que usté se equivocó, aquí en este rancho no se le debe ná a nadie_ machete en la mano en forma amenazante.
_ El viejo tiene razón, usté debe estar equivocado. Nojotro no le hemo pedío ná a nadie y meno al señó alcaide_ masculló el padre con la vieja escopeta en la siniestra y el tabaquillo sin encender en la derecha.
_ Mire guajiro_ dijo el prieto en el caballo bayo_ eh mejor que se té quietecito y jaga caso. Dígale al viejo que guarde el machete y usté suelte la escopetica esa que no mata ni una lagartija.
La madre y las niñas se abrazaban al hermanito entre sollozos, Ana observaba todo por la hendija de la ventana. El viento sopló y levantó el polvo hasta la nariz, los ojos fríos de aquellos hombres lúgubres cruzaban miradas amenazadoras con el anciano, mientras el padre empuñaba la escopeta con fuerza... Ana solo alcanzó a escuchar los disparos, el grito de guerra del abuelo se le clavó en el pecho como un puñal de acero y cuando logró salir hasta el portal, entre la polvareda y el ruido de las pisadas de los caballos, pudo ver como se llevaban arrastrándolos a los dos hombres que más amaba en su corta vida. Lloró su dolor con rabia, arañó la tierra hasta hacer sangrar la carne bajo sus uñas, gritó su pena a los cuatro caminos y golpeó sus rodillas con los puños, golpeó y golpeó hasta quedar perdida en el silencio.  
Dicen los que conocen la historia, que ese día el café quedó lleno de moscas en la mesa, la madre abrazó al pequeño que no entendía sus lágrimas. Ana salió de casa con la esperanza de encontrar a su padre y al abuelo, o los cuerpos, o los restos... Pero al caer la tarde, cuando el gallo se subía al palo del cerezo, una cabellera negra se avizoraba en la guardarraya, el vestido blanco palidecía debajo del barro y los pies descalzos vestían llagas por doquier. En la mano derecha el machete del abuelo, con la empuñadura de bronce reluciente, la cabeza baja y la mirada en el suelo. 
Cuentan que trabajó con la madre en la veguita hasta que cumplió los veinte años, para ese entonces tenía la espalda ancha y musculosa y la piel de sol y las manos de hierro. Una mañana besó a su madre en la frente, abrazó a su hermano y sus hermanas y sin decir palabra, machete en mano y sombrero hasta las nariz, agarró el camino real. Algunos especulan que se alzó en la Sierra, otros que sirvió en la clandestinidad, lo cierto es que después de muchos años, Ana regresó al pueblo, toda de verde, con botas lustrosas, boina hasta la frente que hacia saltar sus ojos de cielo, sonrisa orgullosa y la mano derecha en la cintura, siempre empuñando el cabo de bronce pulido. Procuró la vega, el bohío, el palo del cerezo. El valle cubría todo, maleza y espinos encontró en lo que fue su hogar. La madre enfermó después de su partida y del hermano y las niñas no se supo nunca más.  
El chófer para el bus, la estación está vacía, son pasadas las doce, está cansado, arrastra los pies por el pasillo, no entiende como la gente puede dejar tanta basura regada. Se va inclinando en un gran esfuerzo hasta recoger los pedazos de papel, nylon, botellas… siente un hedor que viene del fondo del corredor, hace una mueca de berrinche, se acerca a la figura que se acurruca en los dos últimos asientos. La observa con recelo, la toca con un dedo sobre la espalda ancha y huesuda. Ella se acurruca una vez más, tiene frío… él suspira resignado, siente pena de aquel manojo de harapos, piensa que quizá no ha siquiera comido, se le encoje el pecho, se quita el abrigo y la cubre, en tanto la mira con los ojos del alma. Saca un billete del bolsillo y lo coloca en la mano helada, un nudo le ata la garganta. Da la media vuelta y una palabra escueta detiene su marcha:
_ ¡Gracias!
La voz suena más en su recuerdo que en su oído, una voz que viene de antaño y que trae consigo el canto del sinsonte, el rocío en el cerezo, el vuelo de las mariposas, el aroma del café… ¡del café!... de un tirón se vuelve y desde un rostro de líneas de tiempo y huellas de sol sale el azul, el mismo azul que brilla en el suyo, el azul del abuelo y del padre, el azul de esos ojos casi sin luz. Ahora ve los rastros de noche en la cabellera de plata, la espalda ancha que una vez musculosa lo llevó a cuestas tantas madrugadas, los labios finos que guardaban los besos más dulces y el canto más tierno... Y las manos, aquella mano que devuelve el billete, aquella otra que guarda la empuñadura dorada. La abraza, ella no entiende. La noche viste de luto, no hay luna ni estrellas. En la estación las luces se apagan. 
                                                                                                      
                                                                                                                  Yury