Tiempo atrás... en una isla muy muy lejana, había una vez, un médico.
"A mi madre, la mujer más extraordinaria del mundo''
Timor Leste, 27 de febrero del 2006.
Hoy es un día cualquiera, pienso mucho en Cuba, sueño con ella, le
canto a ella, le escribo a ella. En estos pocos meses que llevo viviendo fuera
de mi país he aprendido cosas que en muchos años no hubiese logrado en mi
tierra. La distancia que nos separa de lo que nos pertenece, el encontrarse
fuera del seno de los nuestros, en suelo extraño, con idioma e idiosincrasia
ajenos, la soledad y la adversidad nos obliga a aprender, a cambiar. Sí, no soy
la misma que salió de Cuba un 11 de septiembre, mi vida ha dado un giro de 180
grados, mis formas de pensar y actuar ha cambiado. He aprendido a valorar en
realidad a la familia, los amigos, mi tierra, que son la alegría más grande que
un ser humano puede tener, un tesoro inestimable. Siempre escuche de mi madre
"Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino.", solo hasta ahora
supe lo que significaban sus palabras; cuántas equívocas veces pensé que era
prepotencia y orgullo de su parte, ahora comprendo que no era eso.
Los días pasan y se vuelven meses y ya pronto hace un año que me
encuentro tan lejos. Tengo la certeza de que es una experiencia fantástica, la
mezcla de culturas, religiones, lenguajes nos abre el conocimiento hacia nuevos
horizontes, nos hace ver más lejos de nuestras narices, nos demuestra que dejó
de ser importante el "yo " y que impera el
"nosotros", que existen personas fuera de tu mundo, con un color de
piel diferente, otros rasgos, otros estilos de vida y sin embargo comparten tus
mismas necesidades y penurias, sienten, respiran, lloran, ríen, difaman, igual
que lo pudieras hacer tú, se equivocan, caen, se levantan, miran hacia el
frente y caminan, tal como lo hiciste tú alguna vez.
En este mismo instante el mundo está lleno de contradicciones, pobreza,
guerra, enfermedad, extinción; solo por un puñado de qué?... dinero. Inocentes
mueren mucho antes de conocer el éxtasis de una mirada diferente, se les niega
el derecho a vivir por el simple hecho de que unos pocos se enriquezcan un
tanto más. Pero si triste es morir antes de tu tiempo, peor es vivir viendo
morir a otros.
Este país vive en la miseria, tanta es, que sus desesperadas acciones por
superarla son insostenibles. Las tiendas pobres, abarrotadas de comida que su
dueño no puede comer, la cosecha que se oferta en las calles, que no puede
aliviar el hambre de el que la produjo, porque el dinero que gana no les
alcanza para la escuela o el médico; unas chanclas a mal traer son un lujo para
esos pies deformes de tanto caminar descalzos. Un vestido hecho harapos es la
reliquia de una niña que lo usa solo los domingos para asistir a misa, luego lo
guarda con mucho cuidado rogando que le dure una plegaria más.
El hambre es la peor enfermedad que sufren los pobres, causa males en el
cuerpo, te desgasta increíblemente la vida y el alma. El alma, a nosotros los
médicos, que sabemos que con medicinas no se le puede curar, que lo que en
realidad necesitan es alimento, ropa, cobija, calzado, educación, esperanza….
Nosotros, que nos desvivimos ante un lactante desnutrido que se nos va de las
manos, que nos enfadamos con la pobre madre que no nos trajo el niño a tiempo,
sin saber que aquella mujer no tenía 7 dólares (una fortuna para ella) para
pagar el vehículo que los bajara de la montaña y los adelantara hacia el centro
de salud más cercano. A nosotros, que perdemos el juicio porque nos llegó un
accidente o un parto complicado y al no tener condiciones para atenderlo lo
trasladamos al hospital casi con la certeza que no nos llega con vida, porque
el único habilitado que existe, se encuentra al otro lado del país. Nosotros,
que al asistir a un paciente en su humilde casa de campesino, notamos con
tristeza y amargura, que la misma es un pequeño local que cuenta con una
mesa vieja, una cama de madera toda, sin sábanas, sin almohadas, sin colchón,
en donde duermen todos sus moradores, pensamos, por ser la única visible.
Cuando los cuentas, pasan de diez un rehilete de niños que se llevan solo unos
meses de diferencia, descalzos, desnudos, que te miran con los ojos nublados;
pero los tuyos no se apartan de sus abdómenes grandes, de sus piecitos sucios,
de sus manos que se extienden para abrazarte. En contraste con su pobreza,
ellos con toda premura te hacen entrar y te adelantan, limpiándola de antemano,
la sola silla que poseen, con vergüenza, porque no tienen nada que ofrecerte y
cuando te marchas, se desmoronan en agradecimientos y reverencias, asombrados
de que los trates con generosidad sin esperar nada a cambio...
Mi tristeza es mucha, porque
estoy muy lejos de los míos, pero se hace mayor e insuperable cuando me suceden
cosas así. Como ven, esto es solo un ejemplo de un día cualquiera en Timor
Leste, un país que lucha por salir de las garras de la pobreza y brindar a sus
hijos un mundo mejor.
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