Duele la palabra en la mano que no sueña con el verso. Duele aún sin saber que le hinca en lo más profundo de su prosa. Aquella mano que se niega a la pluma y al papel. Duélele tanto, que cuando se abre, de sus dedos brotan caricias al vacío.

lunes, 2 de enero de 2017

UN DIA CUALQUIERA

Tiempo atrás... en una isla muy muy lejana, había una vez, un médico.                                         
  "A mi madre, la mujer más extraordinaria del mundo''
 Timor Leste, 27 de febrero del 2006.     
                                       
 Hoy es un día cualquiera, pienso mucho en Cuba, sueño con ella, le canto a ella, le escribo a ella. En estos pocos meses que llevo viviendo fuera de mi país he aprendido cosas que en muchos años no hubiese logrado en mi tierra. La distancia que nos separa de lo que nos pertenece, el encontrarse fuera del seno de los nuestros, en suelo extraño, con idioma e idiosincrasia ajenos, la soledad y la adversidad nos obliga a aprender, a cambiar. Sí, no soy la misma que salió de Cuba un 11 de septiembre, mi vida ha dado un giro de 180 grados, mis formas de pensar y actuar ha cambiado. He aprendido a valorar en realidad a la familia, los amigos, mi tierra, que son la alegría más grande que un ser humano puede tener, un tesoro inestimable. Siempre escuche de mi madre "Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino.", solo hasta ahora supe lo que significaban sus palabras; cuántas equívocas veces pensé que era prepotencia y orgullo de su parte, ahora comprendo que no era eso.
 Los días pasan y se vuelven meses y ya pronto hace un año que me encuentro tan lejos. Tengo la certeza de que es una experiencia fantástica, la mezcla de culturas, religiones, lenguajes nos abre el conocimiento hacia nuevos horizontes, nos hace ver más lejos de nuestras narices, nos demuestra que dejó de ser importante el "yo "   y que impera el "nosotros", que existen personas fuera de tu mundo, con un color de piel diferente, otros rasgos, otros estilos de vida y sin embargo comparten tus mismas necesidades y penurias, sienten, respiran, lloran, ríen, difaman, igual que lo pudieras hacer tú, se equivocan, caen, se levantan, miran hacia el frente y caminan, tal como lo hiciste tú alguna vez.
En este mismo instante el mundo está lleno de contradicciones, pobreza, guerra, enfermedad, extinción; solo por un puñado de qué?... dinero. Inocentes mueren mucho antes de conocer el éxtasis de una mirada diferente, se les niega el derecho a vivir por el simple hecho de que unos pocos se enriquezcan un tanto más. Pero si triste es morir antes de tu tiempo, peor es vivir viendo morir a otros.
Este país vive en la miseria, tanta es, que sus desesperadas acciones por superarla son insostenibles. Las tiendas pobres, abarrotadas de comida que su dueño no puede comer, la cosecha que se oferta en las calles, que no puede aliviar el hambre de el que la produjo, porque el dinero que gana no les alcanza para la escuela o el médico; unas chanclas a mal traer son un lujo para esos pies deformes de tanto caminar descalzos. Un vestido hecho harapos es la reliquia de una niña que lo usa solo los domingos para asistir a misa, luego lo guarda con mucho cuidado rogando que le dure una plegaria más.
El hambre es la peor enfermedad que sufren los pobres, causa males en el cuerpo, te desgasta increíblemente la vida y el alma. El alma, a nosotros los médicos, que sabemos que con medicinas no se le puede curar, que lo que en realidad necesitan es alimento, ropa, cobija, calzado, educación, esperanza…. Nosotros, que nos desvivimos ante un lactante desnutrido que se nos va de las manos, que nos enfadamos con la pobre madre que no nos trajo el niño a tiempo, sin saber que aquella mujer no tenía 7 dólares (una fortuna para ella) para pagar el vehículo que los bajara de la montaña y los adelantara hacia el centro de salud más cercano. A nosotros, que perdemos el juicio porque nos llegó un accidente o un parto complicado y al no tener condiciones para atenderlo lo trasladamos al hospital casi con la certeza que no nos llega con vida, porque el único habilitado que existe, se encuentra al otro lado del país. Nosotros, que al asistir a un paciente en su humilde casa de campesino, notamos con tristeza y amargura, que la misma es un pequeño local que cuenta con una mesa vieja, una cama de madera toda, sin sábanas, sin almohadas, sin colchón, en donde duermen todos sus moradores, pensamos, por ser la única visible. Cuando los cuentas, pasan de diez un rehilete de niños que se llevan solo unos meses de diferencia, descalzos, desnudos, que te miran con los ojos nublados; pero los tuyos no se apartan de sus abdómenes grandes, de sus piecitos sucios, de sus manos que se extienden para abrazarte. En contraste con su pobreza, ellos con toda premura te hacen entrar y te adelantan, limpiándola de antemano, la sola silla que poseen, con vergüenza, porque no tienen nada que ofrecerte y cuando te marchas, se desmoronan en agradecimientos y reverencias, asombrados de que los trates con generosidad sin esperar nada a cambio...
Mi tristeza es mucha, porque estoy muy lejos de los míos, pero se hace mayor e insuperable cuando me suceden cosas así. Como ven, esto es solo un ejemplo de un día cualquiera en Timor Leste, un país que lucha por salir de las garras de la pobreza y brindar a sus hijos un mundo mejor. 
                                                        
                                                                                                           Yury 
                                                                                  

                                                                    

No hay comentarios.:

Publicar un comentario