Las palabras pueden hacer la diferencia. Son capaces de elevar el espíritu de las personas así como llevarlas hasta el abismo del desespero. Usarlas con cautela es sabio y guardarlas con sigilo la mejor decisión. Si bien los poetas nos valemos de ellas hasta de forma superlativa para expresarnos, a veces (muchas veces) las preferimos atascadas en lo profundo del alma y aludimos a las lágrimas para despojar el grito que quema en la garganta. Porque cuando tienes un arma sabes que puedes usarla y si la usas puedes herir a quien no debieras. Calla entonces, calla... Y ahoga tu lengua y tu rabia absurda. Deja que el tiempo apague el amargo y lave tu dolor. Quizá en pocas horas verás que no eras tú el único herido, quizá la empatía y el amor te haga cambiar de parecer y de un tirón olvides todo, como si fuera una mal sueño. Y entonces, ya no tengas que sufrir el arrepentimiento. Si no sabes amar tan fuerte como para perdonar a tu prójimo, entonces da la espada y calla a tiempo. No sea que después sea muy tarde.